sábado, noviembre 16, 2013

THE MUFFIN PROJECT . Presentación y Farsa del cantor y la madrina.



1. PRESENTACIÓN

Tenía claro que a pesar de que La Ciudad Anteriormente Llamada Santander (LCALS en adelante) y hoy más conocida como Botinga tenía que recuperar el espacio perdido en mi blog por más que vea imposible que recupere lugar en mi preocupación y mis afectos desde que me mudé a la plácida ciudad de ATARAXÍA (por fin le encontré nombre a mi nuevo vecindario). ¿Sería mejor un nuevo blog o más acertada y sencilla una nueva y definida etiqueta para la habitación desordenada? 

Opto por esta segunda solución y abro esta nueva ventana titulada THE MUFFIN PROJECT . Porque en Botinga nada es interesante ni moderno si no titula en inglés desde que LCSMS se convirtió en la smartjoya de la crown para Pavisoso. En adelante TT (léase tití) , siglas de TastelessTurkey. En otros tiempos Proyecto La Magdalena hubiera sonado espiritual y religioso, veraniego y monárquico, racionalista e ilustrado, según las circunstancia

s. Pero nada como un buen muffin para acabar con toda magdalena que se oponga a la modernidad tecnotóntica que nos abruma.

¿Qué quiero contar en The Muffin Project? Pequeñas historias de los entresijos mafiosillos de Botinga, imágenes  narraciones costumbristas y populares, o directamente robadas de la proteica y empecinada realidad. Con cierto nivel de desolación y mucho de sarcasmo. Para explicados a vosotros y para no olvidarme yo de por qué decidí darme de baja.

Así que hoy, aquí y ya me encomiendo a vuestro juicio con la primera narración. Maquillaje necesario para una anécdota conocida el pasado jueves y que da un buen apunte de los modos de los padrinos y madrinas de nuestros pequeños poderes locales.

2. FARSA DEL CANTOR Y LA MADRINA

"Tú sabrás lo que haces" es una vieja frase que no ha perdido un ápice de actualidad en la transición de LCALS a Botinga. Y es que nunca ha sido una buena opción en estos pagos tratar de sostener discursos, ideas o relaciones diversas de las normativas. O te besa el capo y te proclama Uno de los nuestros o estás, de momento en sentido figurado, muerto. Se lo garantiza uno que hace tiempo recibió el apercibimiento, literal y entrecomillado, "tú sabrás lo que haces" de boca del Homo Antecessor. Pero esto es otra historia que tal vez merezca ser contada.

Había llegado El Cantor a la ciudad de Botinga desde extraños mares, con ideas y músicas que compartir. Y todavía utópico y desconocedor de los engranajes había trabado amistad con Dealer Spring , opositor oficial y declarado enemigo de TT, antes de acercarse por The Big House para hablar con una de Las Madrinas sobre una iniciativa cultural que veníale bullendo en la cabeza o head.

Pidió cita con Ella. Concedióle Ella, siempre magnánima, hora temprana, para recibirle con el gesto más bien torcido, la mirada más bien aviesa y el sarcasmo amenazador en el tambor listo para el disparo. "¿Así que hoy vienes a verme a mí o a Dealer Spring?", eco de aquel viejo saludo, "Pero ¿tú no eres el que pasa mucho a visitar a Dealer Spring?" con el que había atajado el primer encuentro con El Cantor.

Y es que en la ciudad de Botinga cualquier amistad no normativa, cualquier palabra un poco más alta, cualquier idea razonablemente alejada de los deseos del Señor y de los intereses de su primer esbirro, TT, por necesidad acabarán formando parte del despectivo escupitajo con el que a la cara o por la espalda te explicarán los miembros y las miembros de La Famiglia que no has sido bendecido con sus oraciones, que no eres bien recibido, que no eres de los suyos.

Amén.




sábado, noviembre 09, 2013

EL VIEJO Y EL PETIRROJO


Sonrisas fugaces para momentos inesperados y fugaces. Una noche de noviembre, a eso de las tres de la mañana con los perros por el parque, Gin corriendo feliz de un lado a otro, el viejo Harley amansado y trasquilón a mi lado después de haber realizado sus propias carreras e investigaciones. Se mueve sólo si yo me muevo, se sienta si me detengo y me mira con esa cara que casi casi sonríe. Cuando de pronto … 

Un petirrojo revolotea cerca. Aunque sé que son aves residentes por esta zona, suelo verlos en el Parque de Jado en las estaciones frías. Sé que prefieren el día, pero a veces comen o cantan de noche, quizás para que se escuche mejor su melodioso trino cuando la ciudad ya se ha dormido y con ella la constante de su ruido. No suelen recelar del hombre y dicen que no resulta tan difícil lograr que coman en tu propia mano. Aun así, parece el pequeñajo descarado y atrevido como pocos. Me apoyo en la verja y se posa sobre la misma al alcance de la mano. Me muevo, revolotea y regresa, se posa en el suelo a un mordisco del hocico de Harley que le observa sin moverse, parece que complacido. Cuando de pronto …

Supongo que de nada hubiera servido tener a mano el teléfono o una máquina de fotos, porque los momentos fugaces se caracterizan por eso, por ser fugaces. Y es que mientras Gin, ajena a la anécdota diminuta, corre y corre de extremo a extremo, camino dos pasos, me sigue Harley, se acerca el petirrojo y, sí, imprudente, se posa sobre la cabeza del viejo setter. Que se queda quieto como una estatua, como si temiera molestar a su huésped. Un instante, unos segundos, quizás ni eso. Imagino que no impone demasiado el veterano cazador de andares bonachones y tranquilidad clamorosa. Ningún problema les supuso a las gatas aceptarle en la casa, ningún miedo parece que le cause al petirrojo.

Un instante, unos segundos, una sonrisa. Una imagen definida en medio de la helada, un viejo setter inmóvil, con expresión de tonta y bondadosa sorpresa, un pájarillo otoñal con el pecho de fuego contra el oscuro manto de la noche detenido de pronto. De pronto otra vez a la verja, al árbol, hacia el cielo.

miércoles, noviembre 06, 2013

DIGNIDAD



He vuelto a ver A Late Quartet , esa película emocionante e íntima que en España han maltraducido como El último concierto. Y de nuevo me han conmovido sus pequeñas historias, he entrado en un diálogo pequeño y personal con los distintos personajes, me he sentido interpelado, me he llenado de interrogantes y de dudas.

Ha crecido en esta segunda visita la presencia, inmensa, de Christopher Walken. Una interpretación sobria, excepcional, para el rol de Peter Mitchel, el veterano y reconocido violonchelista al que diagnostican un inicio de Parkinson. Será ese anuncio el que desencadene una ligera tormenta en las relaciones interpersonales y artísticas de los miembros del cuarteto. Será ese anuncio el que nos guíe hacia una decisión medida y tratada de manera antirromántica, sin convertir en tragedia o en melodrama lacrimógeno la elección de Mitchel/Walken: abandonar la música, dejar el cuarteto para no verse arrastrado a una decadencia constante.

Retirarse a tiempo. Hacerlo sin aferrarse ni al pasado ni al espejismo, afrontando con dignidad el dolor, la realidad, la renuncia. 

Creo que es esa dignidad, escenificada en una escena final memorable, la que más me ha provocado en este segundo encuentro. Qué difícil nos resulta a todos abandonar lo que nos fue querido, el espacio en el que nos sentimos una vez importantes, quién sabe si imprescindibles, aceptar que se han terminado algunos segmentos de nuestra historia personal y que puede que sea bueno que así sea. Cuántas veces hemos visto a las manos rodear con esfuerzo patético el clavo ardiente hasta abrasarse, cuántas veces hemos sentido la necesidad de comportarnos como los misteriosos protagonistas del Queremos tanto a Glenda de Cortázar y cortar por lo sano ante la vanidad, ante la incapacidad para decir adiós, ante la pataleta a veces, la ira otras, la desoladora cuesta abajo siempre.

Me vino a la memoria un pasaje de José Luis Sampedro, de su Congreso en Estocolmo, en el que el viejo profesor excluido por los sabios oficiales que llega en voz baja al congreso matemático y de alguna manera nos enamora de nuevo de la vida, visita el zoo. Allí le impresiona la estampa soberbia aún de un reno viejo, cansado, un reno que habría sido el líder respetado de la manada pero que ahora se esquinaba en el recinto y dejaba su trono a un macho joven y presuntuoso. La dignidad de nuevo, la dignidad con la que los animales se retiran discretamente, tratando de no molestar, como la vieja querida Lola que se refugió debajo de un armario imposible al experimentar una parálisis facial para dejarse morir. La de la vieja tía Chavita que siempre decía "el primero, no molestar" y que se fue rápido, moviendo los dedos alrededor de un rosario invisible, sin despertarse siquiera en aquellos días finales. 

En este tiempo pienso que no podía ser de otra forma, que el encuentro con esa dignidad del retiro del sabio tenía que llamarme la atención. No por sabio. Pero sí por el encontronazo con los segmentos cerrados, con la aceptación de que los caminos se han ido quedando atrás y ya no quedan puertas para otro amor, no queda fuerza para luchar, siquiera pensar, por una mejoría laboral, que lo que uno llevaba dentro y que trató de salir en la poesía y en la música ya dio lo que era, que jugar a la política, jugar a apostar por una sociedad mejor, fue una apuesta necesaria que se perdió y que deja ya sólo el apartamiento de la mesa de juego para que ocupen el lugar otros jugadores y otros tahúres.

Leer, escuchar, pensar, caminar, acariciar a Gin y querer a Harley por lo que no le quisieron, creer que las vidas que vivimos en el cine y en la literatura fueron las nuestras y que así pudimos ser quienes no fuimos es lo que ahora resta. Sin hacer ruido perdernos en la niebla, esa niebla que tal vez haya llegado demasiado pronto pero que de pronto ha teñido el universo de una cierta tristeza resignada, inexorable, con olor a crepúsculo.
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