sábado, agosto 12, 2017

ESCUCHANDO EL SILENCIO


 
 
Larga conversación esta mañana de sábado con la pianista Patrín García-Barredo. Una conversación de las de verdad, lejos del vértigo, acompañada por sonrisas cómodas y, qué le vamos a hacer, en torno a cuestiones que importan, música sobre todo.
 
Hablamos de pedagogía y de conciertos, de lo trivial y espectacular, de lo hueco, frente a esos espejos de humanidad con los que el arte, cuando lo es, nos enfrenta, obligándonos a parar y a pensar. Vamos atravesando por el Album para la juventud de Schumann, el tercer concierto de Beethoven, la profesora húngara que explica a sus pequeños oyentes que hay finales para aplaudir y finales para callar. Hablamos de las versiones de la Pasión según Mateo firmadas por Harnoncourt y por Leondhardt, de repertorios trillados y repertorios infrecuentes. Coincidimos en la vulgaridad vacía del Niño del pijama de rayas y en proponer como ejemplo perfecto de cursi una de esas obras arpegiadas y horribles con las que nos empujaban a horrorizar a las visitas, El lago de Como.
 
Nos extendemos hablando de la musa, de la magia, del silencio, de ese silencio que algunas veces, pocas, escuchamos en la sala de conciertos porque el intérprete se limitaba a ser un mediador entre la música y el público sin imponer su excentricidad "interesante", porque esa tarde sus manos viajaban hacia el interior de la partitura dejándola volar, porque la música era la exacta para el momento y llegaba hasta unos oídos que estaban deseando escuchar precisamente esa y cuerpos cargados de energía que podían canalizar hacia la atención y la escucha. Esas veladas irrepetibles en las que se hace evidente para todos los actores implicados que el silencio ha hecho su presencia, que se podría cortar con un cuchillo de puro carnal, esas en las que el silencio se escucha.
 
Sí, se escucha. Lo sabemos y lo tenemos comprobado con los experimentos de Cage y con nuestra propia experiencia, sabemos que cuando el ruido cesa, cuando la velocidad de la vida contemporánea se amansa y los decibelios se duermen, nuestro oído permanece alerta. Cesarán el reggaetón y el electro-latino en la verbena, cerrarán los garitos y los borrachos se alejarán hacia sus barrios antes de que los motores vuelvan a soñar cuando, aún despiertos, nos haremos conscientes de nuestra respiración, de los latidos del corazón del perro, de la lluvia mínima acariciando los cristales y las baldosas, de los cantos de tantos pájaros tan diferentes marcando su particular danza de las horas. Y cuando lluvia, corazón y pájaros se diluyan, afinaremos más y alcanzaremos a escuchar la humedad, la vida o el salto del petirrojo sobre un pequeño manto de hojarasca.
 
Demasiados gritos, demasiada prisa, demasiada inmediatez, quizás todo parte de un perpetuum mobile que nos aturde más contemporáneos que nunca. Pero es en esa música callada, la del silencio, donde de verdad estamos vivos. Escuchemos.
 


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